Qué pasará con el Chrysler Building de Belgrano?
Aunque su nombre remite de inmediato a la ciudad de Nueva York, el “Manhattan” que durante décadas formó parte del paisaje urbano de Belgrano, en la Ciudad de Buenos Aires, no es una postal estadounidense sino una esquina emblemática ubicada en Avenida Cabildo y La Pampa. A pocos metros de la estación José Hernández del subte B, este rincón porteño albergó una de las confiterías más reconocibles de la zona norte hasta su reciente cierre.
La fachada, coronada por una réplica del emblemático Chrysler Building –adaptada con un gran reloj en su versión local–, se convirtió durante los años noventa en un punto de referencia para vecinos, estudiantes y trabajadores. El edificio, símbolo del estilo visual que marcó esa década en Buenos Aires, es testimonio de una época de fuerte influencia cultural y económica de Estados Unidos sobre Argentina, en tiempos de las llamadas “relaciones carnales”.
Antes de la llegada de Manhattan, en esa misma esquina funcionaba la confitería Salamanca, un tradicional café frecuentado por empleados bancarios, docentes y comerciantes de la zona. El cierre de Salamanca en 1992 dio paso, cuatro años más tarde, a la apertura de Manhattan, en plena efervescencia consumista y con una estética que imitaba el brillo y la iconografía estadounidense.

Con sus toldos rojos y su salón con vista a la avenida, Manhattan rápidamente se integró al pulso cotidiano de Belgrano. Su ubicación, en una zona comercial activa pero menos caótica que la intersección de Cabildo y Juramento, lo volvió un punto ideal para almuerzos, cafés o encuentros informales. Sin embargo, el lugar también fue escenario de una tragedia: el 6 de julio de 2006, en plena hora pico escolar, el llamado “tirador de Belgrano”, Martín Ríos, disparó contra transeúntes en la vereda del café, causando la muerte del joven Alfredo Marcenac, de 18 años, e hiriendo a otras personas.
Tras el ataque, los impactos de bala permanecieron visibles en la estructura semicerrada del café durante años, hasta que fue reemplazada por sombrillas. A pesar del hecho trágico, Manhattan siguió funcionando y se mantuvo como referencia barrial.
Con el paso del tiempo, sin embargo, el brillo comenzó a apagarse. Hace casi una década, los propietarios originales dejaron el negocio en manos de sus empleados, quienes formaron una cooperativa para mantenerlo en funcionamiento. Sin los recursos suficientes para sostener la calidad y la estética que lo había caracterizado, el café entró en un progresivo deterioro. El rojo vibrante de su fachada se desvaneció, el reloj dejó de marcar la hora y las mesas de la vereda perdieron su encanto. La clientela disminuyó y la falta de insumos agravó la situación económica.
Meses atrás se confirmó el cierre definitivo del local. El edificio fue tapiado, y su futuro permanece incierto. Hoy, la estructura que alguna vez encarnó la imitación local del american way of life permanece en silencio, esperando su destino. No se sabe si será demolida, reformada o preservada como parte del imaginario urbano que define a un Belgrano que aún recuerda los ecos de los años noventa. Lo que queda claro es que, más allá de su estilo discutido, Manhattan fue parte de la historia viva del barrio. Un testimonio arquitectónico y social de una época que marcó a una generación.