No a todos les gusta ir a la universidad. No a todos les resulta fácil descubrir su vocación, pero una vez que sucede, la vida puede cambiar por completo. Eso le ocurrió a la rosarina Lucía Giraudo (34), que estaba un poco perdida a los veinte. Sabía que no estaba hecha para sentarse a estudiar y que disfrutaba de sus clases de teatro.
El camino hacia sus actuales oficios, recicladora de muebles antiguos y tapicera fue largo y sinuoso. Hoy está sentada entre los muebles de su taller escuela en Colegiales, sin poder creer hasta donde llegó en seis años como emprendedora. Entra la luz por los vitraux, no hay nada que sea nuevo en ese gran living. Hay una mesa rectangular de madera, donde reposa una butaca de pana verde inglés, un compresor al lado para la engrampadora, un perchero con los delantales de sus alumnas y un patio con la puerta abierta que deja entrar luz y aroma a jazmín.
La casona es un espacio luminoso donde muchas mujeres van a despejar su mente de preocupaciones, a desconectar del teléfono y recuperar muebles con historia, que pertenecieron mayormente a seres queridos. Las manos están ocupadas con martillos, pinzas, pinceles. Ahí se charla, se lija, se pinta, se engrampan telas y también se comen facturas.
“Me vine a Buenos Aires en 2008 a estudiar teatro. Hacía comedia musical en Rosario. Yo era del mundo artístico. Muchos de mis compañeros se vinieron para acá. Como necesitaba hacer una carrera estudié un año cine”, cuenta la tapicera.
Abandonar Rosario, sola, no fue nada simple para una chica de su edad. Estudiar teatro era también una excusa para irse, salir de su casa. Sus padres se habían separado. Tenía mala relación con su papá y vivía con tres hermanas y una madre desbordada. Se alojó en un hostel de San Telmo y por una recomendación consiguió trabajo en una tienda que estaba en Patio Bullrich dedicada a los vestidos de fiesta. “Empecé a vender ropa y para mí era muy fácil. Con todo el teatro que tenía encima me desenvolví muy bien. Ahí trabajé durante cinco años, mientras estudiaba con Raúl Serrano, donde iban mis amigos rosarinos”.
También estudió un año cine. Descubrió que la carrera era más técnica de lo que pensaba. Lo que más le había gustado hacer había sido una maqueta. Por lo que se decidió a probar con Bellas Artes. “Fui me anoté y me encontré con que no era un taller. Era una facultad. Había mucho que estudiar y a mi estudiar nunca me gustó. En el colegio odiaba las materias, me gustaban las actividades prácticas. Para que te des una idea, cuando me compré la máquina de coser, no leí el manual. Me puse a probar. Aprendo haciendo”, explica alguien que logró conocerse muy bien.
Para su propio emprendimiento obtuvo un subsidio de CAME que había aprobado su proyecto, que le permitieron profesionalizarse en su taller con las herramientas adecuadas. Ya no más engrampadoras manuales. No más tendinitis. “Me compré lo mejor, lijadoras eléctricas, caladoras, alicates, martillos. Yo no tenía nada así que empezó a cambiar mi trabajo porque se profesionalizó”, relata.
Cuando hizo un curso de formato virtual, durante la pandemia, para una plataforma internacional puso en práctica su experiencia actoral. “Al momento de filmarlo, ya estaba ahí como pez en el agua, sacándome fotos, jugando cuando me filmaban. Disfruté mucho esa cosa televisiva”, cuenta. Recuerda el canal Utilísima con cierta nostalgia. Giraudo considera que debería volver con una nueva versión, pero adaptado para la formación de emprendedores. Considera que también hacen falta más escuelas de oficios gratuitas en cada barrio para que muchos puedan tener un trabajo digno, porque las que existen son pocas. “Miles de personas buscan un plomero que haga bien su trabajo o carpinteros que están todos con mucha demanda y tardan tres meses en tomar el pedido”, argumenta. Con sus 15 alumnas fijas y los workshops que ofrece se encuentra en su punto justo. Le gusta que haya un clima distendido y de disfrute. Casi terapeútico. La docencia la combina con los encargos de trabajo que recibe.