Se encuentran allí, inalterables, calladas, dispersas por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Algunas de estas edificaciones están ubicadas en terrenos desolados, mientras que otras se encuentran aparentemente fuera de lugar, enclavadas en medio de edificios. Sorpresivamente emergen en la ciudad, pareciendo tentáculos de ladrillos de estilo inglés.
Un total de 16 imponentes chimeneas, cuyas cimas se pierden en el cielo, se pueden observar en la ciudad, pero ninguna de ellas libera humo. Con alturas que oscilan entre los 10 y 40 metros, son una verdadera incógnita para la mayoría de la gente. Algunos piensan que son vestigios de fábricas abandonadas, mientras que otros sugieren que se usaban en el pasado para incinerar desechos en su base. Sin embargo, nada de eso es cierto. En realidad, estas estructuras no deberían ser llamadas chimeneas, ya que son ventiletas que pertenecen a la concesión de Aysa.
De hecho, la función de estas ventiletas es sumamente relevante. Si no existieran, el aire de la ciudad de Buenos Aires sería irrespirable y nauseabundo, y las cloacas podrían explotar, lo que, en el mejor de los casos, sería indeseable. Cada una de las 16 ubicadas en CABA tiene la tarea de expulsar el aire del interior de las cañerías que componen las cuatro cloacas principales de la red, la cual se encarga de transportar los residuos domésticos hasta su destino final en Berazategui.
La función de estas ventiletas es similar a la de las tuberías de “cuatro vientos” que se encuentran en cualquier baño de un hogar, solo que en una escala mucho mayor. La altura de las mismas tiene una explicación lógica ya que fueron diseñadas de esta manera para no interferir con ninguna estructura cercana. Hace 100 o 110 años, no había tantas edificaciones ni una densidad poblacional tan alta como la que tenemos en la actualidad. Por eso, originalmente, se ubicaban en espacios abiertos o en zonas rurales y baldíos. A medida que el crecimiento urbano se expandió, fue necesario rediseñarlas o elevar algunas de ellas, pero siguen estando ahí, intactas.
Desafortunadamente, como suele ser común en este país, las obras y las leyes suelen surgir después de una tragedia. En la década de 1860, la ciudad de Buenos Aires experimentó un rápido crecimiento demográfico, pero el saneamiento de las viviendas se realizaba a través de pozos ciegos. En aquel entonces, no existían los servicios de camiones atmosféricos ni de cloacas, por lo que, cuando un pozo se llenaba, se excavaba otro al lado. Con el tiempo, los desechos se filtraban en las napas de agua dulce. Como resultado, en 1867, la primera epidemia de cólera azotó a Buenos Aires, seguida cuatro años después por la fiebre amarilla.
Esto hizo que se decidiera crear la infraestructura de saneamiento en forma urgente. En 1869 se instalaron los primeros servicios de agua potable y desagües. Y en 1892, la Comisión de Obras de Salubridad, el germen de Obras Sanitarias, que se creó el 18 de julio de 1912 mediante la Ley N° 8889.
Las ventiletas más antiguas corresponden a la primera cloaca máxima que se construyó, y tienen entre 105 y 110 años desde que fueron instaladas. Y no son sólo un simple tubo que se eleva, tienen su belleza, su terminación en la corona que porta un pararrayos y luces de señalización para el transporte aéreo. La más alta se encuentra en Iriarte y Vieytes, en el barrio porteño de Barracas. Mide 41.5 metros y está justo en el centro de un paseo de outlets que se encuentra allí.
La ventileta más notoria está en nuestra Comuna 13 precisamente en Álvarez Thomas entre Forest y 14 de Julio, en Colegiales.