La Fundación Zorba que lo alojó durante más de tres años confirmó su muerte a través de un comunicado publicado en redes sociales
La historia del animal, un ejemplar de Alouatta caraya, cobró notoriedad pública a fines de 2021 tras una denuncia vecinal por ruidos molestos y fiestas electrónicas ilegales en una propiedad ubicada en la calle La Pampa al 3100. La investigación, liderada por el fiscal Maximiliano Vence y autorizada por la jueza María Alejandra Doti (Juzgado N°24), derivó en un operativo conjunto entre el Ministerio Público Fiscal, la Agencia Gubernamental de Control, la Policía de la Ciudad y otras dependencias.
Durante el procedimiento, las autoridades encontraron a 37 personas en el inmueble —incluidos un DJ y un recepcionista—, junto a envoltorios con presunta droga y al mono encerrado sin luz ni ventilación en el interior de un ropero. El animal presentaba un grave estado de salud: padecía tetraparesia, atrofia muscular severa, carencia de colmillos y un notorio retraso en su desarrollo físico. Los especialistas estimaron que Coco no alcanzaba los 35 centímetros de altura, cuando los machos adultos de su especie pueden medir hasta un metro.
Su alimentación durante el cautiverio consistía en productos ultraprocesados, inadecuados para su biología, y mostraba señales claras de privación sensorial y social. El equipo veterinario del bioparque Temaikén, que intervino inicialmente, describió su estado como crítico y atribuible a años de encierro y negligencia. Tras una compleja disputa judicial para evitar que fuese considerado un “objeto” dentro de la causa penal —lo que abría la posibilidad de que pudiera ser devuelto a sus captores—, la justicia permitió su traslado definitivo a la Fundación Zorba, en las afueras de Luján. La organización, encabezada por la periodista y activista Isabel de Estrada, se dedica al rescate de animales víctimas de maltrato, principalmente galgos y caballos.
El camino hacia su recuperación no fue sencillo. Según De Estrada, hubo intentos de trasladarlo a reservas y zoológicos, y algunos profesionales propusieron la eutanasia debido a su estado. Sin embargo, la fundación asumió el compromiso de brindarle una vida digna. “Durante mucho tiempo nadie lo quiso recibir porque creían que iba a morir en cuestión de semanas”, relató. En su nuevo hogar, Coco convivía con otros animales rescatados, como una perra mestiza llamada Condesa y un gato llamado Anís. Durante los inviernos, se acurrucaba cerca de una estufa a leña para mantenerse caliente, buscando ambientes similares al clima templado de su hábitat natural, que abarca provincias como Chaco, Formosa y Santiago del Estero.
El mono también recibía terapias alternativas para mejorar su calidad de vida. Su veterinaria habitual le realizaba sesiones de musicoterapia y estimulación física, ejercicios que, según quienes lo cuidaban, contribuían notablemente a su bienestar. La especie a la que pertenecía Coco está catalogada como vulnerable por la Sociedad Argentina para el Estudio de los Mamíferos (SAREM). Se trata de un primate arborícola y sedentario, cuya función ecológica es crucial por su rol en la dispersión de semillas. Las principales amenazas que enfrenta son la pérdida de hábitat, el tráfico ilegal, la caza y enfermedades como la fiebre amarilla.
El caso de Coco generó un fuerte debate sobre el trato legal y ético hacia los animales silvestres y motivó acciones para el reconocimiento jurídico de su condición como “animal no humano”. Su historia, marcada por el abandono y la posterior recuperación, visibilizó las consecuencias del mascotismo ilegal y los desafíos que persisten en materia de protección animal en la Argentina.